
No se lo van a creer, pero el Rayo no ha empatado un partido. Tras cinco igualdades consecutivas en Liga, un mar de dudas y 39 días sin vencer, la franja volvió a sentir el sabor de la victoria en sus labios. Ante Míchel, ante su gente. Milagro en febrero.
La noche del domingo presidía un partido con tintes de homenaje al barrio. Porque volvía Míchel y eso es sinónimo de Vallecas, desde la Albufera hasta Peña Prieta pasando por Real de Arganda, todas y cada una de las calles vieron a aquel chaval que creció con una franja en el pecho hasta convertirse en leyenda.
Era la primera vez que volvía a su casa sin ejercer como local y la bienvenida estaría a la altura. La emoción del técnico tras la ovación de su gente aún pone los pelos de punta, reflejo perfecto de que el fútbol es mucho más que una pelota, es sentimiento, es Míchel I de Vallecas.
Pero una vez Ais Reig hizo sonar su silbato no quedaron amistades, suele pasar. El Rayo salió a morder e hizo uno de los mejores arranques de la temporada, encerrando al Huesca y poniendo en vilo a Álvaro Fernández. De Frutos tuvo las más claras, primero de cabeza y, después, estrellándola en el larguero. Dichosa falta de pegada, pensaría el bueno de Jémez.
Una pegada que sí tendría el Huesca para, en su primer acercamiento, marcar gol. Okazaki recogía un centro en el segundo palo para silenciar Vallecas y adelantar al club aragonés. Pero el VAR hizo acto de presencia para señalar una mano previa e invalidar el tanto. Al descanso, sin goles.
En la segunda parte la tónica fue similar, pero el primer zarpazo lo daría el Rayo. Disparo de Trejo con la zurda que toca en el brazo de Josué Sá: penalti y polémica. El central lo tiene totalmente pegado, pero le da. El colegiado primero lo pita, luego va a la pantalla, lo mira y cuando todos esperaban una corrección, lo que hizo fue ratificarse. 11 metros.
Fue Mario Suárez a ejecutar la pena máxima, disparando con el interior a media altura a su derecha. Chut flojo y pobre que detiene Álvaro Fernández, pero en el rechace el balón queda muerto y el propio Mario Suárez lo empuja al fondo de las mallas de cabeza. No lo celebró apenas el medio, tal vez con el runrún de saber que había fallado, marcado, pero fallado.
Quién si lo celebró fue Vallecas y de qué manera, no están las cosas como para no celebrar. A partir de ahí el duelo se abrió, volviéndose precioso. De Frutos lideró las ocasiones franjirrojas, marcando el segundo con un derechazo desde el pico del área ante el que nada pudo hacer el guardameta.
Fue la sentencia para un Huesca que tuvo antes el empate en las botas de Mikel Rico, pero la estrelló en el palo con todo a favor. El Rayo no marcaba más de un gol en Vallecas desde el 11 de octubre de 2019 (2-1 vs Tenerife). Ya tocaba; tocaban tantas cosas.
Era un partido de cara o cruz. Si el Rayo ganaba se ponía a 1 punto del playoff; si perdía, a 4 del descenso. Era la moneda que decantaba sensaciones y matemáticas. El momento de demostrar si eres un equipo de zona alta o baja. Y el Rayo cumplió, porque jugó con el coraje de Míchel.
Fue un final de sufrimiento con el Huesca apretando sin oxígeno y el Rayo perdonando a la contra. Paradojas de la vida y del fútbol: el día en que Míchel volvió a Vallecas será recordado como el que, también, el Rayo resucitó en Liga.
Puede ser que, indirectamente y solo con su presencia, Míchel pusiese el coraje y corazón que le faltaba al equipo. Como si solo con verle el Rayo hubiese recordado lo que es el Rayo. La próxima semana, visita al Carlos Belmonte. Qué partido. Y qué semana.
