La vida es una sucesión de paradojas. El gigantesco hogar del que fue en algún momento “el equipo del pueblo” reconvertido a “pupas millionaire” lo fue antes del Rayo Vallecano antes de los fastos y a medio camino de la pesadilla olímpica. Como diría el titular de la avenida donde radica el colosal mamotreto “esto es un corte de mangas y esto es una Peineta”. Pues eso. El sabio Luis sabía lo que era correr con esa zancada zapatonuda que poseía. Cerquita de su barrio se construyó un estadio con pista de atletismo. Ay, el jurgol. El tartán desapareció. El contraataque colchonero también.
Apareció entonces en el sucesor de la pradera de San Isidro el Rayo para demostrar que sí, que heredó el rojo en su franja del Atleti, que también su casa fue la del Atleti en su momento y que si un equipo sabe correr es el de Iñigo Pérez.
No quiero saber si aquello de que los del Atleti seamos “indios” (mi dualidad, Atleti-Rayo es mundana, defectos y virtudes tenemos todes) comenzó como algo despectivo o cariñoso pero puedo decir que al menos durante mas de hora y media el Metropolitano pudo ver que los indios eran los de Vallecas.
Que en el fútbol el gol se compra caro lo sabe todo el mundo. El Rayo perdió en Canillejas por 3-2 y lo hizo porque Julián Álvarez se empeñó en ello.
El primero de sus goles fue de los de leyenda. Se separó medio metro de su defensor y el centro de Llorente fue convertido por el argentino en teledirigido para batir a Batalla. (1-0).
Durante un buen tramo el Rayo no pareció advertir reacción alguna, pero cerca del descanso, Pep Chavarría hizo el indio. Sacó el arco y de un flechazo rompió el corazón local, enamoró el visitante y provocó la sonrisa en el palco de Toro Sentado, al que le encantaría dice tener una pradera más grande y fuera del barrio (1-1). No pasarán.
La franja siguió con su plan y solo los reflejos de Oblak salvaron a los locales del gol de Isi, pero lo mejor estaba por llegar. Media horita tuvo Álvaro García para convertir “Fort Apache” en “La diligencia” y vaya si lo hizo. Al ya máximo goleador del Rayo en Primera División le tiras un buen balón y le das una pradera y es feliz. Lo recibió y con la sospecha de que su posición podría ser adelantada fue pícaro, hábil, profesional para subir el gol al marcador y si acaso el video tuviese valor para bajarlo lo hiciese. No ocurrió (1-2).
Dicen que el vallecano es pendenciero, barriobajero y violento y otras mil tonterías y frases hechas para estigma de los que vivimos fuera del cinturón de la M-30. Tiene narices que el capitán rojiblanco, vallecano ilustre al que el progreso le alejó del barrio tuviese el comportamiento citado. Llorente, en las antípodas ideológicas y ciudadanas del vecino de Villa o Puente promedio también jugó con la expulsión en un momento en el que los de Pérez pudieron beneficiarse de la histeria de los de Simeone. Tampoco ocurrió.
Apareció entonces Julián para estropearlo todo, darle los tres puntos al fuerte que pareció débil y quitárselos al vulnerable que cada vez, a pesar de lo que dice la tabla nos hace estar más orgullosos de lo que ocurre en la cancha y avergonzados de todo lo que ocurre fuera.
