Los residuos dan para mucho, incluso para construir una casa que dé cobijo a una familia. El ejemplo lo tenemos en la Isla de Itamaracá, en Brasil, donde una casa familiar de 7 viviendas construida con más de 8.000 botellas de vidrio se ha convertido en un símbolo de resistencia, reciclaje y, a su vez, de crítica a la sociedad. La vivienda, levantada por Edna y María Gabrielly, madre e hija respectivamente, está ubicada dentro de un Área de Protección Ambiental en el que hay playas vírgenes, biodiversidad y un creciente turismo masivo que ha dejado a su paso toneladas de residuos.
Así nació Casa de Sal
La gran acumulación de basura durante las temporadas altas hizo que Edna lo tuviese claro: “Quiero construir una casa de botellas de vidrio”. Esta idea le vino durante la pandemia y así fue como nació la idea de Casa de Sal, que hoy es una realidad. La vivienda, totalmente ecológica, está hecha con materiales que fueron descartados por otros: madera reutilizada, palets, tubos de pasta de dientes convertidos en tejas, y miles de botellas que, de no haber sido recogidas, seguirían contaminando la costa.
Casa de Sal cuenta con siete habitaciones, muros de vidrio ensamblados con técnicas propias, y un primer cuarto de apenas 20 metros cuadrados que era utilizado como taller de costura. Allí fue donde comenzó esta aventura: “El primer año y medio fue puro ingenio: sin baño convencional, lavando platos en una palangana. Pero nunca perdimos de vista nuestra visión”, recuerda María, diseñadora de moda sostenible.
Tanto madre e hija descienden de comunidades indígenas y con una fuerte conexión espiritual con la tierra. Una herencia cultural que guía su modo de vida y también la forma en la que construir una vivienda, transformando residuos en recursos. Una de las preguntas que se hace mucha gente es cómo se concilia el derecho a la vivienda con una economía que tiene este desperdicio. Edna lo tiene claro: “Estas botellas no van a desaparecer. Si no hay políticas para regular su producción o castigar su abandono, lo mínimo es pensar en formas de reutilizarlas. Si se tira una botella y no se rompe, ahí seguirá dentro de un año”.
Se toparon con el machismo de la industria
A pesar de que el proyecto tiene una finalidad que puede traer muchos beneficios tanto a su región como a otras del país, la construcción de Casa de Sal ha conllevado enfrentarse a muchos desafíos más allá de lo material, entre ellos el enfrentamiento con el machismo presente en la industria: “Queríamos contratar mano de obra solo para tareas puntuales, pero siempre querían opinar, corregir, decirnos cómo hacer las cosas. Como si nos faltara capacidad”, aseguró María Gabrielly, que añadió que “la gente cree que un día encontramos una botella mágica con un genio dentro. No reconocen que esto requiere técnica, gestión, visión. Y ser mujer en este entorno es doblemente difícil”.
Para quienes observan la Casa de Sal desde fuera ven una rareza arquitectónica, pero para Edna y María Gabrielly es un auténtico manifiesto, un refugio construido desde la escasez que convierte los restos del turismo masivo en cimientos de dignidad y futuro. Y quieren demostrar que con lo que unos tiran, otros se pueden construir algo duradero y valioso.
Esto es realmente importante en un contexto en el que “las mujeres negras en Brasil pueden tardar 7 generaciones, unos 184 años, en comprar una casa que esté alrededor 70 mil reales (11.025 euros). Así, además del machismo de la sociedad, “el racismo y su corte medioambiental y ecológico es sólo el monstruo que es, porque hasta hoy no ha habido un proyecto de reparación histórica”, afirman las dos protagonistas de esta historia.
