En el corazón de los Pirineos orientales encontramos un pueblo en el que cruzar una calle tiene un significado especial, conlleva cambiar de país. Hablamos del pueblo de El Pertús, así se conoce en España, o Le Perthus, como es conocido en Francia. Es una localidad única en Europa por su configuración geográfica y política, ya que ambos países comparten acera, idioma e incluso supermercados. Eso sí, mantienen sus fronteras, sus leyes y sus precios. Un lugar especial en el que es posible aparcar el coche en zona francesa y bajarse del mismo en la española. Y a todo ello, añadir que conviven tres lenguas: francesa, española y catalana.
La acera hace de frontera en este pueblo
La frontera entre España y Francia discurre por la acera, de forma literal. Más concretamente lo hace por el bordillo que separa la Avenue de France, en el lado occidental, de la Avinguda de Catalunya, en el oriental. El asfalto pertenece al lado francés, mientras que la acera de enfrente es española. Así, uno puede comprar tabaco a un precio más barato en el estanco español, cruzar la calle y pagar en el parquímetro francés y salir del supermercado La Frontera con productos de uno y otro país. La división política se releja en miles de detalles del día a día.
El origen de la delimitación
Esta peculiar delimitación tiene su origen en el Tratado de los Pirineos, que fue firmado en 1659 y en el que se estableció la actual frontera entre España y Francia. Pero fue otro tratado, el de 1866, el que fijó con precisión los hitos que aún marcan el límite, como los números 574, 575 o 576, que pueden encontrarse incrustados en el pavimento o integrados en jardines.
Uno de los puntos clave es el Arroyo de la Condensa, que a día de hoy está soterrado, y que en su momento marcaba el límite entre ambas naciones y hoy yace bajo la Carretera Nacional II. Durante décadas, Le Perthus fue un punto aduanero activo, imprescindible para aquellos que quería cruzar de un lado a otro. Pero desde la entrada en vigor del Tratado de Schengen, los controles desaparecieron. Eso sí, las antiguas instalaciones de aduana todavía permanecen en pie, como testigos mudos del pasado.
Lo que más sorprende es que la frontera es prácticamente invisible, no existen no rejas ni muros. Lo único que hay son señales de tráfico diferentes, idiomas que cambian según el comercio y placas de calles en francés, español y catalán.
Un pueblo con una mezcla más que interesante
La zona española del pueblo es eminentemente comercial, apenas hay residentes allí. Sus tiendas, licorerías y estancos están siempre llenos de visitantes, sobre todo los fines de semana. Y no es para menos ya que el tabaco y el alcohol, e incluso productos básicos, son considerablemente más baratos en España que en Francia.
En cuanto al día a día, este pueblo fronterizo está lleno de contrastes. La Guardia Civil y los Mossos d’Esquadra pueden ser vistos patrullando calles francesas, mientras que la gendarmería vecina actúa en la parte española cuando es necesario. Es habitual escuchar tanto francés, como español y catalán y muchos de los vecinos son trilingües por pura necesidad.
Este pequeño rincón situado entre España y Francia es uno de esos lugares que, sin necesidad de contar con monumentos majestuosos ni paisajes espectaculares, marcan la historia del día a día. Para todos aquellos que se sienten atraídos por los límites, los mapas y los cruces culturales, El Pertús es una visita obligada
