En el extremo más occidental de España, se alza uno de los faros más famosos de la historia y por tanto de nuestro país. Se trata del Faro de Finisterre, el Finis Terrae de los romanos, el punto final simbólico de un continente. El mismo ha sido testigo de leyendas, naufragios y peregrinaciones durante siglos y sigue atrayendo a viajeros de todo el mundo que se acercan a la localidad gallega.
Antes de que se levantara el faro, el cabo de Finisterre ya era un lugar sagrado. Los romanos, tras la conquista de Hispania, llegaron hasta dicho punto y creyeron haber alcanzado el fin del mundo. Así, el general Décimo Junio Bruto, en el año 137 antes de Cristo, presenció como el sol se hundía en el mar y estaba convencido de que asistía a la muerta del astro rey. Para ellos no había nada más allá, era el límite físico y espiritual del Imperio Romano y por ello le dieron el nombre de Finis Terrae.
Pero no fueron los romanos los primeros en sentir la magia de este lugar, pues se cree que las tribus celtas que previamente poblaron la región ya consideraban este punto como un lugar de culto. Aquí se entraban el Aris Solis, un altar dedicado al sol en el que se realizaban rituales paganos para celebrar su ciclo de muerte y resurrección diaria. Esta herencia no se borró con la llegada del cristianismo, que la asimiló y convirtió el lugar en el epílogo espiritual de la ruta jacobea.
Desafía a la Costa da Morte
El faro actual, una robusta torre octogonal de granito, se construyó en 1853 para ser la guía de los barcos a través de una de las aguas más peligrosas del planeta, la Costa da Morte. Su luz, visible a más de 30 millas náuticas, ha sido la esperanza de incontables marineros que se enfrentaban a las corrientes traicioneras, los bajos rocosos y las repentinas galeras que le han dado a esta costa su funesto nombre.
El edificio es un ejemplo de la sobria y funcional arquitectura de la época, pues está diseñado para resistir los embates de un océanos implacable, una construcción que simboliza la lucha del hombre por imponer la seguridad en un entorno hostil y que ha salvado miles de vida.
Para muchos, el final del Camino
Para miles de peregrinos, Santiago de Compostela no es el final del Camino. El verdadero epílogo, el punto final de la introspección y el esfuerzo físico se encuentra frente al océano en Finisterre. Esta prolongación de la ruta jacobea es un viaje hacia el fin de la tierra, una tradición que se remonta a la Edad Media. Llegar aquí, después de haber cruzado el norte de España a pie, es cerrar un ciclo, una experiencia que dota al viaje de un significado mucho más profundo y trascendental que la simple visita a la tumba del apóstol. Es la última etapa antes de volver al mundo.
Naufragios y leyendas sobre este faro
El faro se erige como vigilante de la Costa da Morte, algo que no es una metáfora y sí una triste realidad. Su historia está escrita a base de naufragios, desde vikingos a modernos petroleros han encontrado su tumba en estos fondos marinos. La orografía abrupta, las nieblas persistentes y los temporadas súbitos han creado un cementerio marino legendario. La historia marítima de nuestro país no se entienda sin esta costa.
Una puesta de sol codiciada
En la actualidad, el Faro de Finisterre es uno de los monumentos que más visitantes recibe en la Comunidad de Galicia. Cada tarde, cientos de personas se congregan en las rocas que rodean a la torre para asistir al espectáculo de la puesta de sol con un silencio casi reverencial mientras el disco anaranjado del sol se va hundiendo lentamente en el horizonte, tiñendo el cielo y el mar de colores imposibles.
