Aunque un coche eléctrico tiene muchos beneficios, lo cierto es que a día de hoy todavía existen dudas sobre su eficiencia en determinadas situaciones. Está claro que en una ciudad su uso es más que recomendado y se puede utilizar sin problema, pero la cuestión es si ocurre lo mismo en una población rural. Y es que, a pesar de que la electrificación del automóvil avanza en España, no lo hace por igual en todas partes.
No es lo mismo vivir en Madrid o Barcelona que hacerlo en una pueblo de la provincia de Soria o de Cáceres. En las grandes urbes hay más infraestructura, pero no tanto lugar para el garaje; en la zona más rural, la carga en casa es más fácil, pero las distancias son largas y hay pocos puntos públicos. En nuestro país, en el año de 2024, se contaba con 38.275 puntos de recarga, un 32% más que el año anterior. Hasta el primer semestre de este 2025, el número de cargadores había crecido hasta los 60.000 puntos. La nota negativa, que no todos funcionan: uno de cada cinco no se pueden utilizar.
¿Dónde se encuentran estos puntos de recarga?
La clave está en las localizaciones de la mayor parte de los puntos de recarga. De acuerdo a los datos del Ministerio para la Transición Ecológica, más del 70% se sitúan en áreas metropolitanas. Esto hace que, aunque muchos conductores no dispongan de garaje propio para instalar un cargador, puedan encontrar alternativas en parkings, centros comerciales o electrolineras urbanas.
La realidad de las grandes ciudades tiene poco que ver con la del entorno rural. Aunque en los pueblos la mayoría de las viviendas son unifamiliares, en las que se puede instalar un cargador privado, las cosas no son tan fáciles cuando se deben o se quieren hacer viajes largos. En estos puntos, la infraestructura pública escasea.
Según AEDIVE, patronal de la movilidad eléctrica, buena parte de la denominada España vaciada apenas dispone de cargadores rápidos. Esto es lo que hace que los viajes largos sean considerados como un verdadero reto logístico.
El hecho de tener un punto de carga en casa también puede ser contraproducente. En algunos pueblos, la potencia que se contrata no es suficiente para un cargador potente, lo que obliga a realizar costosas adaptaciones, que pueden alcanzar los 1.000 o 2.000 euros. A esto hay que añadir la escasez de talleres especializados fuera de las capitales de provincia, lo que obliga a hacer más kilómetros para cualquier reparación o revisión.
La decisión de tener un coche eléctrico depende del lugar
Todo lo visto con anterioridad invita a que si vives en un pueblo no tengas el aliciente de comprarte un coche eléctrico. Todo lo contrario si vives en una ciudad, pues este tipo de vehículos tienen libertad de movimiento en las Zonas de Bajas Emisiones (ZBE), bonificaciones en aparcamientos regulados y, en algunos casos, reducción de peajes.
La electrificación, a dos velocidades opuestas
No sólo se plantean retos en el entorno rural, también en las ciudades. El tiempo de recarga puede ser un inconveniente frete a la rapidez de repostar gasolina, sobre todo en electrolineras públicas. Además, los climas extremos de algunas de ellas puede acelerar la degradación de las baterías. A ello se suma el riesgo del vandalismo, que en entornos urbanos se puede traducir en cables desconectados o robados en plena calle.
En cuanto a los pueblos, no existen las ZBE, lo que hace que la movilidad eléctrica se adopte más por decisión económica o medioambiental que por normativa. Dado que muchos trayectos diarios son cortos, el eléctrico puede resultar muy eficiente para cubrir estas necesidades.