Alison Hargreaves fue la primera alpinista británica y pasó a la historia por haber conseguido coronar el Everest en solitario en 1995 sin oxígeno suplementario y sin sherpa, con el viento nepalí como único testigo de su gesta. Madre, alpinista y pionera, desafió no solo a la altitud, también a los prejuicios. Pero el destino le deparó un final trágico, pues cuando descendía tras lograr un hito, una tormenta se desató y arrasó la expedición en la que además estaban tres españoles: Javier Escartín, Javier Oliván y Lorenzo Ortiz. Pero su gesta sigue presente tres décadas después.
La japonesa Junko Tabei, la gran pionera del montañismo femenino que tocó 20 años antes la cima del Everest, fue la inspiración de Hargreaves, que se convirtió en la primera mujer en alcanzar el techo del mundo en solitario y en la segunda persona que lo hizo después del italiano Reinhold Messner.
Su origen, en las montañas
Hargreaves nació en Belper, Inglaterra, en 1962. En dicha localidad las montañas apenas superan los 1.000 metros, pero en la misma ella aprendió que la altura no lo es todo y en dicho lugar, en el Peack District, una zona de montañas que pertenece a los Peninos, comenzó a prepararse para futuros retos.
Sus primeras gestas las escribió en Los Alpes, en 1988, al encadenar las caras norte más temidas de Europa. En esa época ya se había ganado una buena reputación en el ámbito del alpinismo por su experiencia en ascensiones difíciles y cumbres importantes. También le acompañó la polémica. En 1989 ascendió al Eiger, en los Alpes berneses, embarazada de sus meses de su hijo mayor. Arrecieron las críticas, pero ella, de nuevo, contestó a todas ellas como mejor sabía: escalando.
El Everest, una de las grandes cumbres
Con 33 años, su ambición le hizo proponerse lo que más anhelaba: coronar en solitario las tres montañas más altas del mundo: Everest, K2 y Kangchenjunga. Después de un primer intento fallido, en el que tuvo que retirarse a los 6.500 metros por las avalanchas, alcanzó la cima del Everest, 8.848 metros.
La ascensión comenzó el 22 de abril de 1995 y lo consiguió 20 días más tarde. Cuatro meses después puso rumbo a Pakistán, para escalar la temida K2, conocida como la montaña de las sombras. Junto a ella viajó una expedición internacional en la que se encontraban Escartín, Oliván y Ortiz. Alcanzaron la cima y parecía que la historia de Hargreaves estaba por escribirse con otro hito, pero la montaña tenía otros planes para ella.
Durante el descenso, una tormenta se desató con la fuerza de un vendaval y arrasó la expedición. Pasadas 12 horas de lo ocurrido, dos supervivientes del grupo español, Pepe Garcés y Lorenzo Ortas, consiguieron alcanzar el campo base. Allí dijeron que habían reconocido el anorak ensangrentado de la alpinista británica. La K2 acabó con la vida de Hargreaves y los tres alpinistas españoles.
Perdura su legado
A pesar de su adiós y del tiempo que ha transcurrido, el legado de Alison Hargreaves no se ha apagado. Tom Ballard, aquel niño que había compartido las primeras montañas en el vientre de su madre, siguió sus pasos y desafió sus propios límites. Entre 2014 y 2015 se convirtió en el primer alpinista en lograr escalar, en solitario, las seis grandes caras norte de los Alpes durante un solo invierno. En 2019, Tom desapareció en el monte Nanga Parbat, Pakistán, con apenas 30 años.
Tres décadas más tarde, la hazaña de Alison Hargreaves sigue siendo un referente en la historia del alpinismo. Su legado, prolongado por la trayectoria de su hijo, es el gran testimonio de una vida que ha estado dirigida a la montaña y de un espíritu que ha servido como inspiración a muchos a pesar de su triste final.
