Hay expresiones en castellano que utilizamos en el día a día y de muchas de ellas no sabemos mucho. Un ejemplo de ellas es la siguiente: “No hay tu tía”. La misma no tiene nada que ver con una familiar, ni mucho menos. La protagonista de esta expresión no es una persona, se refiere a un producto de origen árabe que era conocido como atutía o tutía, un remedio muy utilizado en la antigüedad para tratar todo tipo de enfermedades oculares y cutáneas.
Nuestro idioma tiene una riqueza tremenda, llena de palabras y expresiones como la anterior, que refleja de forma clara como el habla popular modela, transforma y, a veces, hasta se inventa significados. Y es que la historia detrás de esta frase es un pequeño thriller etimológico. Lo fascinante es que la transformación fonética de una sola palabra cambió por completo el significado aparente de la frase, llevándonos a imaginar a una pariente que jamás existió.
Una tía que jamás existió
La lógica popular es aplastante y, a menudo, está equivocada. En el momento en el que se escucha la expresión no hay tu tía, nuestro cerebro busca una conexión lógica y familiar. De inmediato, construimos en nuestro imaginario la figurar de una tía testaruda, una mujer de carácter imposible a la que no hay manera de convencer. Es una imagen potente y fácil de entender. Sin embargo, en la historia de nuestro lenguaje, la mente humana suelo buscar un significado literal y familiar cuando se topa con una construcción que no comprende.
Ni siquiera la Real Academia Española (RAE) ni ningún otro estudio etimológico serio respaldan la teoría del familiar. Es una más de las leyendas urbanas del lenguaje que se ha perpetuado por pura sonoridad y por la comodidad de la explicación. Por mucho que pueda gustar la historia de una pariente inflexible, la realidad es que esta expresión nuca tuvo que ver con la familia. A pesar de su aparente lógica, esta historia de una tía inflexible es una invención colectiva sin base histórica.
Un remedio casi milagroso
El protagonismo de esta historia no es una persona, es un producto. Hablamos de un ungüento de procedencia árabe que era conocido como atutía o tutía, una pasta que estaba elaborada a base de óxido de zinc. Era un remedio muy popular en la antigüedad para tratar todo tipo de enfermedades cutáneas y oculares, casi milagroso. Era considerado una especie de panacea para diversas afecciones de la piel.
Su uso era tan común que se convirtió en sinónimo de remedio en el habla coloquial. Así, cuando un enfermo llegaba con una mal gran grave que ni siquiera este ungüento podía curarlo, el médico decía: “No hay tutía”. Era la forma de decir y, que todos entendiera, de que el caso estaba perdido.
El engaño al oído
Se dice que el lenguaje es mágico y estamos ante un término que así lo demuestra. Con el paso de los siglos se ha visto como el atutía ha ido cayendo en desuso y la gente olvidó lo que era. Sin embargo, sobrevivió el no hay tu tía. Al dejar de reconocer la palabra original, los hablantes la reinterpretaron. Y el resto lo hizo el oído. La conversación rápida, la cadena fónica no-hay-atutía se fusionó y se reinterpretó como el no-hay-tu-tía, una construcción mucho más familiar para el oyente.
Fue un proceso totalmente natural, ya que el cerebro tiene a asociar los sonidos desconocidos con palabras que sí conoce. En este caso, el atutía se transformó en la familiar tutía y sin que nadie se diera cuenta un modismo sobre la ineficacia de un medicamento se transformó en uno sobre la cabezonería de una pariente.
