Presa renunciaría antes al ‘Vallecano’ del nombre, que al ‘de Madrid’. Es así de sencillo. Por resumirlo: el objetivo es ingresar más, aunque eso suponga matar a los tuyos. Porque lo que importa es el dinero, no el DNI. Y si los vallecanos tienen menos, Vallekans Go Home. Es así de crudo. Y no es una cuestión de que Presa no entienda lo que es el Rayo Vallecano, sino que no le gusta tal y como es. Sentimental, vivo. Puedo compartir que sea una empresa -qué palabra- difícil de gestionar, porque supone poner por delante lo emocional, de lo económico. Pero es que en Vallecas nunca se debería entonar aquello de ‘es el mercado, amigo’; sino más bien un ‘esto es el Rayo, amigo’. Y aquí uno no viene para hacerse de oro, sino para hacerse del barrio.
Respeto a quienes quieren convertir el fútbol en un producto blanco. Los hay muchos. Gente que desearía una liga con clubes que no representen más que una ubicación -y porque borrar eso ya es imposible- y a jugar. Lo respeto, pero no lo comparto. Cada club tiene su historia, su pasado, su legado. Su ADN. Nace por algo, crece con algo y representa algo. Respeto (bis) a quien quiera pertenecer a un club sin mayor idiosincrasia que lucir un color y jugar cada fin de semana. El Rayo no es eso.
Esa Franja es la bandera de un barrio desprotegido. Y lo representa a la perfección. El Rayo es un club cuya masa social es, en su inmensa mayoría, gente obrera. De clase media o baja. Humilde. Que sintió más orgullo cuando su equipo evitó el desahucio de Carmen, que con cualquier gol. Qué se le va a hacer, es atípico. Tal vez único. Una entidad rodeada de gente que no tiene mucho, pero hace mucho cada año para estar con su Rayo. Con su Franja. Estuvo en Tercera, en Segunda B y en Segunda. En las malas y en las peores. Siempre.
Por eso es incomprensible la nueva campaña de abonados. La temporada del utópico EuroRayo, en vez de premiar a quienes han estado contigo todo este tiempo, de convertir este curso en algo cercano a un regalo al barrio; en vez de priorizar que esa gente humilde que siente la Franja pueda vivir la experiencia de ver a su equipo jugando en Europa, se suben los precios. Y de qué manera (entre un 23 y un 31%). Se ponen obstáculos. Los alejas. Dónde quedó la fidelidad.
Siempre he asistido con una sonrisa incrédula a quienes enarbolan la bandera de ‘la cultura del esfuerzo’. Porque siempre atañe al esfuerzo de los de abajo. Estaría bien detectar ese ‘esfuerzo’ en las altas esferas. Reduciré beneficios, pero me esforzaré en que mis empleados perciban un mejor salario. Que vivan mejor. Reduciré beneficios, pero me aseguraré de que ni un rayista de cuna se quede sin ver a su Franja en este sueño de temporada. Que lo vivan. Que lo vean. Ya habrá caminos para llenar la hucha; pero a los míos no les pongo en peligro en un año así.
Ay, soñador. Iluso. Y qué pena, por lo que podría ser, pero no es. En esta temporada de ensueño, Presa ha presentado unos abonos en los que no se garantiza la Conference (en qué cabeza cabe, cielo santo), sin fraccionamiento de pago, sin bonificaciones para antiguos abonados y sin descuentos para desempleados (cosas que se hacen en tantos y tantos clubes). Y sin embargo, ha protagonizado una notable subida de precios. Menos y sin lo precioso, pero más caro, mucho más caro. Es un disparate, pero sobre todo es un disparo. Apuntado y engatillado.
Algo a propósito. A Presa le da exactamente igual si el socio 200 está atravesando un mal momento económico y después de años, décadas siguiendo a su Rayo, no va a poder pagar el abono para verlo en Europa. No le importa, porque lo pagará otro. Y tal vez tenga razón, seguramente tenga razón. Pero es una auténtica pena, porque eso no debería ser el Rayo. No lo es. Pero a Presa nunca le ha gustado el Rayo, tal y como es. Adora ser presidente, salir en la televisión, el mundillo. El dinero. Pero no le gusta todo lo que rodea a este club; le gustaría dirigir una entidad blanca. Vacía. Puramente empresarial.
Pero ‘esto es el Rayo, amigo’. Y ser su presidente implica -o debería implicar- una responsabilidad. Asumir que este no es un sillón para hacerse de oro, sino para representar a aquello que representa a quienes son antónimo del oro. El problema, es que Presa está ganando. Está pisoteando el ADN -maltratando al equipo femenino, descuidando el estadio, aún sin venta online, con la ultraderecha en el palco, colas interminables en los accesos cada partido y una tienda oficial digna de Hitchcock-, pero como tiene el poder absoluto, puede hacerlo. Y lo seguirá haciendo. Como dejar a las categorías inferiores famélicas de material o convocar una Asamblea cada Nochevieja y sin prensa. Es un desastre. Pero nadie le tose. Casi nadie puede y los que sí, no lo hacen.
Presa vive dándose golpes en el pecho al considerarse buen gestor, por dirigir un equipo que está en la élite. Cuando no es más que la perfecta demostración de que no hace falta ser el mejor capitán del océano, para dirigir un gran navío. Ojalá fuese consciente de cuánto mérito en la situación del primer equipo tiene la gente que le rodea. Cuánto mérito en el rumbo reside en el sudor silencioso de la tripulación, no en quien lleva el gorro con la pluma. Que al menos sirva de inspiración: se puede llegar muy arriba, sin necesidad de ser especialmente brillante.
Presa no da al barrio la prioridad que tiene. La importancia que tiene. Si no se hubiese encontrado una oposición tan sumamente frontal, se habría llevado el estadio de Vallecas, con tal de construir una estructura de 25.000 butacas (se supone que sin yerbajos). De los cuales, no le habría importado ni lo más mínimo que 6.000 fuesen ocupadas por sujetos alejados del Rayo, pero con dinero. De hecho, lo prefiere. Es de preescolar de capitalismo: acepta al que pague más y punto. Un vallecano siempre tendrá difícil ganar esa carrera. Pero su mentalidad es reducir el Rayo a aquello de ‘es el mercado, amigo’.
Pierden los de siempre. Los que menos tienen. Los tuyos. Y a partir de aquí, la afición haría bien en tener un punto de autocrítica. Hay un grueso muy enfadado, pero que no se moviliza más allá de un cántico entre palmadas cada partido. Gente indignada, pero acomodada. Cambiar una teocracia es casi un imposible, claro que lo es. Y van muchas protestas sin sacar nada a cambio. Pero la derrota por agotamiento, también es una derrota. Si esto hubiese pasado hace varias décadas, hoy mismo habría convocada una movilización en las taquillas. Por ahora, no hay nada. Y así es como seguro que nada cambia. La afición es víctima, no responsable. Pero una autocrítica en ciertos sectores sería positiva.
El Rayo va hacia donde va. Un club que piensa en el que lo pueda pagar, no en el que lo siente. Y el Rayo no es eso, nunca debería serlo. La campaña de abonados es el acabose. Si en algo tan especial como la temporada en la que la Franja -dichosos nuestros ojos- llega a Europa, no se prioriza al aficionado, al vecino, al fiel; cuándo se va a hacer. No ha sido un error, es una decisión. Fuera los pobres, bienvenidos los que paguen. Gentrificación futbolística. Así está el mundo, también el Rayo. Presa renunciaría antes al ‘Vallecano’ del nombre, que al ‘de Madrid’. Y eso lo resume todo.

