Como entiendo que ya hay confianza, seré sincero, llevo varios días dando vueltas a la columna del Centenario. Con el runrún de que tenía que ser la mejor de siempre. Sin darme cuenta, delito después de tanto, que el Rayo Vallecano no va de eso. Sino de normalidad. Que el bardo de Payaso Fofó no relata las leyendas del barco más poderoso del océano, sino del más bravo. Del que hizo tanto con tqn poco. Guerrero, resiliente, humano. Eso es la Franja. El representante de quienes nunca fueron los mejores y, sin embargo, jamás se rindieron. Porque no siempre ganan los más mejores. Ni en el fútbol, ni en la vida.
Uno sólo puede apiadarse de la Pinta, la Niña y la Santa María, pesqueros al lado del Santa Inés. Nadie daba un duro por su travesía cuando zarpó del Puerto de la Karmela, con la buenaventura de Prudencia Priego y la madera fijada con tornillos de segunda mano, si no tercera. Y si es que eso eran tornillos. Fue lo que tuvo a mano, pero un corazón gigante. Y a navegar. Ya van 100 años. Párese y piense. Un equipo de barrio, con adolescencia marginal, madurez de reveses, adultez entre eufemismos y un hogar con tres gradas, ha llegado al Centenario. Vivo, coleando. Navegando. Tantos años y aquí sigue. Nunca fue el Rayito, siempre El Puto Rayo.
Rebelde, indomable. Un corazón que late al son de una afición que nunca se arrodilla. Que después de tanto, no lo ha dejado solo. Ajena a los cantos de sirena de la Champions y el tesoro de los títulos. Pirata de corazón noble, poco ortodoxo. Al que si algún día preguntan “¿Mamá, nosotros por qué somos del Rayo?”, la respuesta es sencilla. Por lo que el Rayo representa. Aceptar cualquier desafío con valentía, encararlo con coraje y vivirlo con nobleza. Porque no siempre se gana, pero siempre se lucha. Y porque ser diferente es algo único.
Ha cumplido 100 años el equipo que, mientras Wilfred Agbonavbare era maltratado por racismo, lo abrazaba como un hermano. Que se emocionó con el ascenso de los impagos. Que vio a Cobeño marcar de portería a portería. Que lloró en Anoeta y enloqueció con el Tamudazo. Que baila Ska y canta la Fiesta Pagana. Que lo tiene muy claro: ni un reproche a quien se deja la vida sobre el campo. Y punto. Primer y último mandamiento deportivo: vaciarse por la camiseta. Un club que admite el error, porque tiene la piel tan marcada de cicatrices que ya es un compañero de viaje, pero nunca la falta de sudor. Y que tiene claro que en estos segundos 100 años, jugará un Rayo-Liverpool.
Vallecas es, simplemente, verdad en un mundo de mentira. Algo natural entre tanto artificial. Un equipo de barrio que se queda en el barrio. Orgulloso de lo suyo. Y guerrero. Que persiste pese a la nefasta gestión de quienes no lo quieren tal y como es. Molesto para los poderosos. Fiera indomable. Prudencia, el Santa Inés lleva 100 años navegando. Y sigue batallando entre los barcos más poderosos de los océanos. Un centenario pese a todo, pese a tanto. Y aunque el timonel no se de cuenta, pertenece a sus marineros. Sin ellos se hundiría y, por ellos, sigue navegando. Por quienes vivieron viviendo la Franja. Mirada al cielo y sonrisa a la tormenta: “Si vida sólo hay una, yo elijo la pirata”.