Quien mas quien menos ha padecido semejante pesadilla. Te persigue un asesino, un atracador, la muerte, corres sin parar de mirar hacia atrás y solo el despertar te saca de aquel mal trago.
Me quería sonar que alguna vez había visto eso en la tele. Y no en una película de terror.
Estaba viendo el Barça–Rayo y ese pensamiento no dejaba de martillearme la cabeza mientras los minutos pasaban en Montjuic.
Los locales ya habían marcado con una maravilla de Lamine y un gol profesional de Lewandovski y los visitantes habían dejado pasar su oportunidad en el perfecto resumen de la temporada franjirroja. Álvaro García hacía la jugada, Crespo (en ausencia de Trejo) le ponía la magia al dejar correr la pelota e Isi remataba al muñeco.
Joao Felix ponía poco después el arte y Pedri el segundo en una jugada de pinball y el canario resolvía también de zurdas con el tercero.
Solo quedaba mirar atrás ante la persecución de unos monstruos de amarillo que nunca terminaban de llegar.
La sensación era angustiosa y al mismo tiempo algo cómica. Te daba un ataque de flato en la carrera, te parabas y el de atrás comenzaba a cojear y no terminaba de acercarse.
Volvías a arrancar y cuanto más rápido corrías mas te dolía el cuello de girar la cabeza.
Sonó el silbato final en Cádiz, y en mi cabeza al fin resonó aquel grito oído en Montjuic.
“¡Feerrrmín Cacho, campeóoooooon olímpico!