El 26 de abril de 2021 el presidente del Rayo Vallecano, en plena campaña electoral, invitó a dos fascistas al palco para presenciar el partido en primera fila. El hecho ya es historia. Fue la redacción y constatación de uno de los capítulos más negros del club en sus casi 97 años de historia. La gota que colma el vaso y lo parte por la mitad. Algo sin justificación ni perdón. La decisión de permitir que Abascal y Rocío Monasterio se sentasen en el Estadio de Vallecas fue exclusivamente de Raúl Martín Presa. Aquellos que habían catalogado a Vallecas de ‘estercolero multicultural’ y provocado altercados días atrás (dicho por la Policía, dios me libre de redactar informes), fueron invitados a la Suite Presidencial del pulmón obrero. Una humillación para el Rayo y para el barrio.
Esto no va de ser comunista, socialista, marxista, leninista, bolivariano, o demás calificativos, va de dignidad. El 19,5% de la población de Puente de Vallecas es de origen extranjero (según informes públicos del Ayuntamiento) y quienes señalan a la inmigración de delincuentes y criminales no pueden ser tratados como huéspedes. Fue un insulto sin escrúpulos, una tomadura de pelo. Y lo peor no es que entrasen en Vallecas, sino que lo hicieron invitados. A Presa le faltó extenderles una alfombra roja, recibirles con saludo militar y limpiarles las butacas antes de tomar asiento. Los ultraderechistas le utilizaron para un acto de campaña y él, creyéndose un adalid de la concordia, no se dio ni cuenta. Fue una escenificación del Tratado de Fontainebleau. Con Presa optando al Goya por el papel de Carlos IV. Igual de ridículo.
Es su mayor escándalo desde que llegó en mayo de 2011. Porque atentó directamente contra lo más profundo de este club: sus valores. El Rayo, incluso por encima de un equipo de fútbol, es un activo social. Una comunidad. Y quien no entienda esto, de verdad, no entiende la Franja. La afición firmaría un descenso a octava regional si con ello pudiese preservar sus mandamientos particulares. Humildad, conciencia social y apoyo al fútbol base. Y antifascismo. Es una organización deportiva comprometida con la sociedad en muchos otros ámbitos.
Pero el problema es que el tren lleva mucho tiempo descarrilado. El Rayo es un club herido, que lleva años desangrándose, y lo de ayer fue el tiro de gracia. Pero Presa, a estas alturas, sigue sin verlo. En declaraciones a EFE dijo que “era necesario limpiar la imagen que dieron unos pocos (refiriéndose a los altercados en el mitin de Vox), el Rayo es un equipo abierto a todos y Vallecas es un barrio que acoge a toda la gente”. Pero no, ahí está el error, a toda no. Vallecas tiene memoria y alma antifascista. Y al racismo, la homofobia o la xenofobia no se la acoge.
No puede haber tolerancia con el fascismo porque el fascismo es una amenaza para la tolerancia. Lo que ayer hizo Presa fue utilizar un emblema de la clase obrera -aunque venida a menos con los años por culpa de sus dirigentes- para normalizar a quienes dicen que deportarán a un ciudadano por su color de piel. La buena gente del Rayo, en sus casas, sintió una impotencia tan profunda viendo la estampa que si hoy el club lanzase una campaña de abonados, no recogería más de 200 boletos.
Y en medio del maremoto yo pensaba: “¿Qué estaría pasando si hubiese público?”. Que los habrían echado, sin peros ni comas. Habría sido histórico. El público de Preferencia y Tribuna Central se habría aglomerado en torno al palco, todo el estadio habría coreado al unísono y, si hubiese hecho falta, la gente habría invadido el césped y parado el partido hasta que se les desalojase. Abascal y Rocío Monasterio jamás se sentarán en el palco del Estadio de Vallecas si de la afición depende. El problema es que esta vez dependió de Presa. Un hombre en las antípodas de la Franja. El Rayo es el club con más separación afición-presidente de todo el deporte español.
Debe tener pesadillas cada vez que piensa en el día que el público vuelva al Estadio. Porque sigue emperrado en que quienes piden su marcha son una minoría, algo así como “los Bukaneros esos, que no se cansan”. Pero está equivocado. Ya no le quiere nadie. La puerta vacía es un aislante temporal que está retrasando lo inevitable. Porque el primer día que vuelva a haber un lleno en Vallecas, la protesta será tan atronadora que su relato se deshacerá como papel mojado. Y entonces apelará a la falacia ad ignoratiam, señalando que la gente fuera de las fronteras del Estadio sí le quiere y si no, que se lo demuestren. Así que sólo cabe pensar que el único camino para que abra los ojos es una manifestación masiva que colapse la Albufera.
Presa es, o un desastre, o un pirómano. Y dada la reiteración de sus ‘errores’, coge más fuerza la segunda. Aunque pueden ser las dos. El club está bañado en deudas e impagos, el femenino lleva años abandonado, el estadio está en ruinas, las cuentas se presentan con años de retraso, la comunicación tanto a aficionados como periodistas es paupérrima… Y todo esto sin hablar del ‘caso Zozulya’, la ocurrencia de Oklahoma, llevar a Míchel a los juzgados, presentar las equipaciones con un atril y un tablón, o aceptar una casa de apuestas como patrocinador. Son tantos errores que los síntomas ya son enfermedad. Y es grave.
Presa es un narcisista incomprendido que está utilizando el club como su chiringuito particular. Y ya no disimula. Si un delegado adjunto pasa por un cuadro grave de Covid y lo supera, él aprovecha para utilizarlo en su campaña individual con un “vuelve tras haber recibido el tratamiento que todo compatriota merecía”. Es ese presidente que un día te presenta una equipación con la bandera LGTBI y otro invita al palco a quienes quieren restringir sus libertades. Que la gente tome nota. Y tenga memoria.
El Rayo es del rayismo, no de Presa. Pero está en manos de gente que compadrea con el fascismo y conoce el Bella Ciao por La Casa de Papel. Pues ahí va otra recomendación: Bandiera Rossa. Esa no sale en ninguna serie, pero también suena a barrio. A gente humilde y trabajadora. Con dignidad. El Rayo, pese a que muchos lo quieran pintar como once jugadores dando patadas a un balón, es mucho más que eso. Es una excepción. Un baúl de sentimientos en un mundo de millones.
Raúl Martín Presa cruzó ayer una línea sin retorno. No puede seguir como presidente ni un minuto más. Es indigno del cargo y del escudo. Él no lo sabe, pero sin querer ha despertado y unido a toda la afición. Lo mejor que puede hacer es dimitir y convocar elecciones. Le queda eso o lanzarse a una guerra. Elegirá la segunda. Y perderá.