El fútbol es de listos. Y esta vez el listo fue el Rayo Vallecano. Frente al Eibar, a los de Míchel no les quitaron la piruleta. No hubo inocencia. El oficio fue franjirrojo. No tocaron y tocaron, no dieron muchos pases, no maravillaron… ni falta que hizo. Gol de Embarba, 1-0 y tres puntos al bolsillo. La primera victoria de la franja en casa.
Esquema nuevo, ideas nuevas. Así salió el Rayo Vallecano a jugarse el ser o no ser frente al Eibar. 4-3-3, extremos bien abiertos y menos toque de lo habitual. Los franjirrojos trataban de sacar el balón jugado, pero utilizando el pelotazo más que de costumbre. De hecho, la mayor parte del tiempo, el cuero rondaba el área de unos locales que, de vez en cuando, robaban tratando de salir a la contra.
Raro, raro, raro. Como un perro verde. Así estaba el choque. Los de Míchel no daban ni tres pases seguidos, y los pitos comenzaban a a asomar en la grada. Sea como fuere la primera parte que se había imaginado el míster rayista, seguro que no fue como esta. Mala como el vino de cartón. Dos párrafos le he dedicado a la primera mitad. Tampoco quiero torturaros.
En los primeros 10 minutos de la segunda mitad pasaron más cosas que en todo el partido hasta el momento. El Eibar se acercó con peligro un par de veces. Acto seguido, en la primera ocasión del Rayo de todo el partido, Álex Moreno apuró línea de fondo y puso el balón atrás para que Embarba remachara en boca de gol. Ver para creer. La productividad en ataque de los de Míchel había sido nula hasta el momento y, con tan sólo una sola oportunidad clara, ya iban ganando. Efectividad máxima.
Los de Míchel seguían sin dar tres pases seguidos, pero iban por delante. Lo que tantas veces habían sufrido en contra, ahora lo aplicaban ellos. Pérdidas de tiempo, faltas tácticas… el mal o bien llamado oficio hoy era del Rayo. Cada saque de puerta de Dimitrievski, era aire; cada balón al cielo, era oxígeno puro. De los últimos quince minutos no se jugó nada, como tiene que ser.
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