Qué cerca estuvo de volver el Matagigantes. Con una plantilla plagada de bajas por coronavirus, en una semana con tres partidos y tras recibir el mayor correctivo de la temporada (1-3 del Mallorca), el Rayo Vallecano hizo creer que podía eliminar al Barcelona y meterse en unos cuartos de Copa. Los de Iraola remaron hasta donde les llegaron las fuerzas y, tras adelantarse en el marcador, acabaron sucumbiendo en un mar de impotencia. De rabia. De querer y no poder. No todas las noches David puede tumbar a Goliat. Pero estuvo verdaderamente cerca.
En la primera parte, la Franja fue un manojo de nervios y se dio un buen baño de suerte, pero salió viva. El Barça dio dos palos y, cuando no, se topó con un Dimitrievski impresionante. El portero macedonio empezó parándolo absolutamente todo, sin importar los millones o los Balones de Oro que tuviese delante. Era un gigante con pies de acero entonando aquello del not in my house. La más clara la tuvo Trincao, que en un mano a mano disparó con el interior al palo largo y se encontró con un guante sobresaliente del Santo de Kumanovo. Riqui Puig cazó el rebote y, tras intentar imitar a Villa ante Paraguay en 2010… La estrelló en el cuerpo de Martos y el balón fue a la madera.
Esa fue la segunda, porque antes De Jong ya había probado el amargo sonido que emite un poste. El holandés remató un centro raso, superó a Dimitrievski y se quedó a centímetros de abrir el marcador. Le sonría la suerte al Rayo. Messi soltó un zapatazo desde la frontal que atajó Dimi en dos tiempos; Griezmann lo probó de volea con el mismo denominador común; y Araujo, tras dejar pasar un centro de Messi, casi sorprendió por alto, pero otra vez aparecieron los guantes del portero rayista. Héroe y figura, parecía un homenaje a Willy, justo, la noche en que se cumplían 6 años de su adiós.
En ataque apenas aparecían los de Iraola, cada vez que una jugada trenzada atravesaba la medular, los jugadores se aceleraban y acababan cometiendo errores infantiles. Y atípicos. El vértigo de sentir que azotar el mentón blaugrana estaba tan cerca se notaba y cada estirada hacía temblar las piernas franjirrojas. El único que aportaba cordura y temple era Trejo, que dejó varios destellos de enorme calidad. También tuvo su oportunidad Catena de cabeza, pero el testarazo cayó manso a las manos de Neto. Más allá de eso, nada. Y todo, porque la eliminatoria seguía 0-0. Abierta. Viva.
A los 2 minutos de la segunda parte el Barça dio la tercera madera de la noche: falta muy escorada de Messi que voló al palo largo y se estrelló en el larguero. Otro aviso y otro milagro. El Rayo era un títere en manos blaugranas, no atacaba y sólo resistía, así que Iraola retiró a Joni Montiel para meter a Álvaro García. Y el cambio hizo tanto efecto como un café a las 8 de la mañana. El Rayo no pasó a ser dueño y señor, pero sí expulsó agua por la escotilla del Santa Inés y se rasgó las vestiduras. Fran García, con un zurdazo desde la frontal, hizo sonar algunos uys. Fue un aviso de lo que se venía.
El partido iba por las vías del gol culé, parecía cuestión de tiempo. Pero el Rayo no es fiera para domar. Álvaro García encaró por la banda derecha, se fue de su marca, disparó con la pierna mala, metió la mano Neto, el balón se quedó muerto en la línea… Y lo empujó Fran García (primer gol del velocista con la Franja). En ese momento se desató la locura en el Estadio de Vallecas. Isi empezó a dar saltos mientras calentaba en la banda, Iraola se abrazó con su ayudante, Mario Suárez se llevó las manos a la cabeza. El Rayo se había vestido del Poli Díaz y, como el Potro, había soltado un puñetazo de los que hacen temblar a un rascacielos.
Koeman, fuera de sí, perdió los papeles y se llevó hasta una amarilla. Su Barça estaba en la lona, así que decidió meter toda la pólvora dando entrada de una tacada a Jordi Alba, Dembélé y Pedri. Era la hora de tirar todos los dados: gol en 20 minutos o caer en Copa. Y también le funcionó. Griezmann le ganó la espalda a Catena, que se quedó algo descolgado en una salida y le dio un pase de la muerte a Messi para que marcase a placer. Esa ya fue demasiado para Dimitrievski. Duró poco la alegría, pero fue intensa. Igualdad en Vallecas y nervios a flor de piel.
El último cuarto de hora fue un querer y no poder. El Rayo estaba exhausto, sin fuerzas y el Barça no levantó el pie del acelerador ni un poquito. Hasta que encontró la remontada: pase de la muerte de Jordi Alba y ejecución de De Jong. Martos no podía más, Catena tampoco, Saveljich lo mismo… Y aunque Dimitrievski reprochaba que no se hubiese seguido a la marca, en el fondo sabía que no era dejadez, sino carencia. El equipo lo había dado absolutamente todo, pero se había acabado la gasolina. Y en esos momentos donde el depósito de las fuerzas se queda incluso sin reserva, la superioridad se vuelve magna. Y el coraje se transforma en impotencia.
El Rayo lo acarició, pero se le escapó. Sudó hasta el último minuto y tuvo al Barça, por momentos, contra las cuerdas. El 27 de enero de 2021 el Matagigantes se asomó por Payaso Fofó para recordar que sigue en pie. Que el alma no se pierde. Quedará la eterna duda de cómo habría sido este partido con público. La Copa se acabó, pero deja restos de ejemplaridad. De cómo se tiene que salir a un campo de fútbol: con orgullo y hambre. De cuál es el camino para volver a Primera. Luchar (y morir si hace falta) como guerreros, tan simple como eso.
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